Debido a que su auge se dio en este período caracterizado entre otras cosas por un estilo afrancesado, aunque también por el acaparamiento de muchas propiedades por parte de los extranjeros, es que su estilo arquitectónico es una mezcla de la arquitectura vernácula típica del norte del Estado de México, combinado con los modelos franceses e ingleses, manifestándose principalmente en su palacio municipal y en su teatro, ambos dignos de reconocimiento. Es discutida la presencia del presidente Díaz en este lugar, hay quienes afirman que ello nunca sucedió, mientras otros orgullosamente defienden que este antiguo mandatario llegó a pasar por lo menos una vez en tren. Otras versiones señalan que el teatro fue un regalo del anterior como parte de los festejos del centenario de la independencia.
El palacio, por su parte, es de materiales un tanto más sólidos, pues el anterior, construido en madera, todavía en esos años, se incendió. Impone por la majestuosidad de su arquitectura, aunque al ingresar en el vemos que en realidad es un recinto relativamente pequeño, mas no por ello insignificante. Hoy podemos visitarlo y admirar sus murales con la historia de esos años de esplendor, lo mismo que ingresar al salón de cabildos, donde se exhiben las fotografías de quienes han ostentado el cargo mayor de la presidencia municipal.
Su templo parroquial aunque impresionante, al parecer ha sufrido bastantes cambios desde sus orígenes, quedando apenas atisbos de como quizá originalmente fue. Para ello, nuevamente recurrimos a las descripciones de Álvarez Noguera:
Entre los asentamientos producto del auge de la minería, El Oro de Hidalgo, fundado entre 1772 y 1787, y actualmente cabecera de la jurisdicción municipal de su nombre, fue uno de los que alcanzaron mayor notoriedad. Su importancia se reflejó en obras que han trascendido por su época de construcción (principios de este siglo) y por su ubicación; el Teatro Juárez y el palacio municipal, son los ejemplos más destacados. La calidad de esas construcciones, sin embargo, no se alcanzó en la arquitectura religiosa; la parroquia, que es el edificio más importante de su género en la región, es producto de sucesivas obras, quizá de modernización, que se iniciaron hacia mediados del siglo XIX, época de la que procede buena parte de la casa cural; ese templo, pues, y su conjunto, han sufrido varias modificaciones, lo mismo que el atrio y los elementos que lo pueblan. El atrio, de muy generosas dimensiones, no tiene relación con ninguna plaza del pueblo, pero es el único espacio amplio y plano de la zona, razón por la que debió ser tratado más como un área común de la comunidad que como un anexo de la iglesia.
El volumen del edificio religioso es, a pesar de todo, el resultado de la atención que tuvieron sus constructores primitivos en atribuirle un valor como remate visual no exclusivo de una calle o de un área, sino de las varias zonas y eminencias que la rodean; con ello se consagró uno de los principios del urbanismo tradicional mexicano, pues los puntos de referencia conservan su valor, en ocasiones, independientemente de la configuración de los terrenos. La capilla de San Juan, también en El Oro, es sólo una construcción menor sin posibilidades de contribuir a enriquecer la arquitectura de su género. (Álvarez Noguera, J.R; (1981) El patrimonio cultural del Estado de México. México. Biblioteca Enciclopédica del Estado de México.)
Para finalizar, cabe agregarse el encanto que produce recorrer todavía sus calles, que conservan parte del esplendor minero que llegó a tener alguna vez. Es posible visitar aun vestigios de la minería en el municipio e incluso admirar el panorama de la localidad desde una estructura que antiguamente se empleaba precisamente como parte de la maquinaria metalúrgica en este sitio. Al ser limítrofe con el Estado de Michoacán, no se puede perder la oportunidad de visitar otro de los centros mineros del pasado, lo mismo que un Pueblo Mágico mas por agregar a la lista: Tlalpujahua.
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