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jueves, 18 de abril de 2019

LA PASIÓN INFANTE


Un estilo artístico o poco conocido es el de los Niños Dios de la Pasión, el cual, aprovechando estos días de Se mana Santa es adecuado de ser comentado. El texto que hoy retomamos es tomado del libro El Niño Jesús, de la historiadora Michele Dolz, quien en este libro desarrolla una historia tanto de la piedad popular como del arte en torno al niño Jesús.

Los Niños de la pasión reproducen un muchachito de pocos años de edad que sostiene una cruz y algunos otros instrumentos de la pasión, las arma Christi. A veces llevan la corona de espinas sobre un rostro contrahecho de dolor, y elevan los ojos al cielo en señal de súplica.
Una variante son los Niños de la pasión dormidos, en los que el chiquillo duerme sobre una cruz, apoyado en una calavera o entre otros elementos que transforman la futura pasión en un dolor ya presente.


Dolz, M. (2010) El Niño Jesús. España. Almuzara. P. 235

lunes, 8 de abril de 2019

UNA PINTURA CASI IGNORADA EN EL CASTILLO DE CHAPULTEPEC

El Castillo de Chapultepec resguarda en su interior gran cantidad de objetos de valor artístico incalculable. Desde miniaturas hasta grandes lienzos, piezas de orfebrería y esculturas, seria extenso el recuento de las piezas que en el recinto se resguardan. Es tal la cantidad de piezas en su interior que muchas de ellas llegan a pasar desapercibidas.
Una de las diversas salas que nos narra parte de la historia del segundo imperio mexicano es la Sala de estar, donde la emperatriz Carlota llegaba a retirarse en algunos momentos de descanso. Varios son los pequeños cuadros que decoran esta sala y cada uno llama la atención.
Probablemente el que más llama la atención del visitante es el que corresponde a la Basílica de San Pedro en el Vaticano, del cual no es raro que los guías de turistas lleguen incluso a mencionar como dato que este cuadro fue un regalo del Papa a la pareja imperial, sin embargo, no es este el cuadro del cual trata esta entrada, presta atención.
Si aún no lo percibes, el cuadro del que hablamos se encuentra en uno de los muros laterales, el cual representa la plaza de armas de la ciudad de Veracruz. Probablemente, este cuadro, del cual no hemos podido encontrar si se trata de un óleo o una réplica, pero de ser el segundo caso, es de suponer que está inspirado en los grabados y litografías de la época, cuando los viajeros europeos, inspirados por el Barón Humboldt, llegaron a la recién independizada tierra mexicana. Y por si deseas ver cómo es probable que se aprecie de frente el cuadro, aquí una imagen de una litografía similar.


sábado, 6 de abril de 2019

LA VILLA RICA DE LA VERACRUZ A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVII



A través del tiempo, las ciudades y los pueblos cambian su aspecto e incluso su cultura. En la época colonial, ,muchas de las que hoy en día son grandes e importantes ciudades todavía veían muy lejos su esplendor y presentaban un aspecto incluso casi deplorable, como el caso de las ciudades portuarias, como Acapulco o la ciudad de Veracruz, de la cual hoy hablaremos.
En su libro "La época Barroca en el México Colonial", Irving A. Leonard nos ofrece una descripción de como era el arribo de los viajeros europeos al nuevo mundo, y en concreto, en este caso, a la entonces Nueva España.

La Vera Cruz, donde los viajeros desembarcaban, tenía aspecto de mal acabada novedad pues, por cierto, no cumplía aun la primera década de haber sido fundada. La ubicación anterior del puerto, más al sur, se abandonó al terminar el siglo XVI, ya que la roca fortificada de San Juan de Ulúa ofrecía mayor protección contra los fuertes vendavales del norte y contra los feroces piratas que podían llegar de cualquier parte. Además de esto, pocas razones había, que recomendaran la elección del lugar para poblarlo y, no obstante su importancia como centro de intercambio comercial y puerta de entrada al opulento virreinato, su población apenas excedía los dos mil habitantes. Estaba situada la Villa Rica en un triste páramo de arena, quebrado por pequeños arroyos sinuosos, ciénagas y charcos de agua estancada; el calor húmedo, los enjambres de mosquitos, jejenes y otros insectos nocivos, hacían el lugar singularmente insalubre. Los frecuentes y fuertes chubascos de larga estación de lluvias, que a la llegada de la flota tocaba a su fin, dejaban un ambiente húmedo, enrarecido, casi sofocante, y en el parecían proliferar toda clase de plaga y de alimañas repugnantes. “Cuando llueve, cada gota produce un sapo, y algunos son tan grandes como un sombrero”, escribe uno de los primeros cronistas. La flora y fauna eran correspondientemente hostiles; cocodrilos y caimanes se tendían visiblemente a las orillas de los estuarios pantanosos. Las toscas habitaciones de tablas y vigas se esparcían sin orden alguno y daban al puerto marítimo un aspecto desaliñado. Los albergues de los ricos mercaderes y los de los pobres miserables apenas se distinguían entre sí; la monotonía de los edificios, ya fuesen habitaciones, iglesias o conventos no se aliviaba por la cal ni por adorno alguno; las estructuras tenían un aspecto de podredumbre durante la época de lluvias, mientras que temblaban, gemían y se sacudían cuando las azotaban los vientos borrascosos. Durante los meses secos, la madera era como yesca, fácil presa de fuegos devoradores que a menudo arrasaban la población.

Fuente:
La época barroca en el México colonial. Irving. A. Leonard. FCE, México, 1996. pp. 19-21