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viernes, 21 de agosto de 2020

LA HISTORIA DE UN PEÓN DE LA FAMILIA FABELA

En el Norte del Estado de México, y principalmente en el municipio de Atlacomulco, así como los municipios que con el colindan, es prácticamente seguro que hemos escuchado alguna vez de Isidro Fabela. Lo cierto es que muy pocas veces hemos sabido con certeza cual fue su aportación y por que pasó a la historia como un personaje importante en nuestro municipio.

Hoy no nos detendremos mas que a conocer un poco acerca de una de sus facetas: la de escritor. Particularmente conoceremos la historia titulada Justino y sus mujeres, que después de leerla, podrán decidir si fue un relato verídico o una leyenda que el escritor atlacomulquense nos dejo, y que resulta interesante porque nos permite entrever un poco del Atlacomulco del pasado.

Antaño era peón, trabajaba en el tajo, lo mismo en la era arreando las “cobras” en la trilla, que con la yunta en los barbechos, que como tirador de trigo en la tapa, que como arriero, que regando las labores o cuidando los ganados; […]

Razón de sobra para haberse “granjeado”, como se “granjeó”, la buena voluntad del amo y los mayordomos, que veían en él un buen elemento de trabajo, […]


Justino no era guapo en el estricto sentido de la palabra, pero tenía un porte atractivo, de hombre fuerte y agradable, que le daban su juventud de treinta años, […] Dicho queda sin expresarlo, que las mozas del Salto y aun las de Santiago, de San Pedro, del Ranchito y de San Vicente, pueblecitos y ranchos de los linderos, se desvivían por ganarse una flor de Justino, aun sabiendo que no era libre, y por lo mismo, imposibilitado para ser de otras mujeres que de la suya propia.

Pero, cortejen muchas hembras a un solo hombre y búsquenlo con los halagos y “háganle ganas” con el coqueteo más o menos vivo de sus gracias naturales, y el hombre se echará a perder por inflexible que sea. […]

Sucedió lo que suceder tenía, que Justino no tuvo más remedio que encontrarse “por ahí” una sobrina que sabe Dios de dónde hubo, y la plantó en su casa de la noche a la mañana. La mujer de José Antonio, el del establo, que entre paréntesis había echado el ojo a Justino, levantó más chismes que paja levanta un remolino: que si es muy “chonga”, que si no sabe remendar, que si es muy bestia, que si nunca lleva el almuerzo a su hora; ¡qué sé yo! […]

Sea de ello lo que fuere, el hecho es que Juliana, la pobre huérfana recogida de caridad por Justino y su mujer, echó al mundo un rollizo muchacho a los nueve meses, poco más, poco menos, de haber llegado al Jacal de San Isidro.

¡Qué de comentarios, Dios mío! Qué de insolencias para la pobre madre y qué de “habladas” para la infeliz vieja doña Filomena, que se encerró en su casa más asustada que perro ajeno entre jauría de rancho grande, y más avergonzada que muchacho de peón ante los patrones de la hacienda. […]

El escándalo fue digno del pecado. Se supo la historia en el establo, en Santiaguito, en “ca los Pérez”, en el rancho de Salomé, en la hacienda misma y, aun trasponiendo lomas y cañadas, llegó a conocimiento de las autoridades del pueblo. […]

Por esto precisamente, y no por otra causa, el señor alcalde, picado de la curiosidad más que por atender a los anónimos que recibiera, un buen día, en el que el terceto marital se llegó por el pueblo, llamó aparte a Justino, hecho a la sazón un brazo de mar, y charla que te charla y como que no quiere la cosa, le endilgó esta asaz inoportuna pregunta:

—Dime, Justino, ¿qué es cierto lo que se dice de ti?

—¿Qué cosa, señor don Antonio?

—Que tienes dos mujeres: tu mujer y tu sobrina.

Justino, sonriéndose y tocándose el sombrero charro (signo de respeto) e inclinando la frente y rascando la pared maquinalmente, contestó:

—Pues qué quiere osté, señor amo...

—¿Pero es cierto?

—Pos, ¿por qué no, señor amo?

—¿Por qué no? Porque es una barbaridad; porque eso es malo y lo castiga Dios.

Justino, sonriéndose incrédulamente, replicó:

—No, señor amo; eso sería sin licencia; pero con licencia, no, señor don Antonio...

—¿Con licencia?

—Pos, ¿cómo no? Pos como ya la Filomena está muy

grande, con perdón de su mercé... eje... pos ya osté sabe, pos le pido licencia... y ansina es, con perdón de osté, señor amo... Eso sí, nomás con licencia.

Y don Antonio Valdés, echándose el sombrero para atrás, sacando más de lo regular el más que regular abdomen y moviendo con azoro y malicia la cabeza sudorosa y peinada al rape, le contestó:

—¡Caray, Justino, qué afilado tienes el machete!...

Si quieres conocer la historia anterior de manera integra, puedes consultarla en el siguiente enlace, que fue de donde se extrajo, ademas de conocer otras historias y anécdotas mas que dejó plasmadas Isidro Fabela.

https://ceape.edomex.gob.mx/sites/ceape.edomex.gob.mx/files/Isidro%20Fabela.%20La%20tristeza%20del%20amo%20A%20mi%20se%C3%B1or%20don%20Quijote.pdf

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