Continuando con la narración del día de ayer sobre cómo era el camino a Chalma en los años 60, cuya primer parte puedes leer aquí; mientras tanto, dejo en seguida la segunda parte:
Abundan en ellos los hatos
de ovejas. Y es un espectáculo que deja una grata sensación de tranquilidad,
ver como triscan la hierba sin arrebatos ni disensiones; como descansan
apaciblemente a la sombra de los árboles; con que docilidad y sumisión siguen a
la que lleva el cencerro, y con qué ternura las madres amamantan a sus pequeños
hijos, lamiéndoles amorosamente el endeble cuerpecito.
A lo lejos las montañas
recortan enérgicamente su silueta contra el cielo, y en sus cumbres se asiente
la neblina, coronándolas de blancos penachos como nevados picos.
Los campos labrantíos están
divididos en tal forma, que a lo lejos parecen tableros de ajedrez; y la avena
y la cebada están recogidas en gavillas y dispuestas con tal simetría, que se
antojan cuadrillas que se disponen a bailar “los lanceros”, o chicas que van a
ejecutar una tabla de gimnasia.
Los pueblos que se
encuentran a lo largo del camino presentan la fisonomía, que se va repitiendo:
casa que se agrupan en torno de la iglesia, calles retorcidas que son
verdaderos vericuetos, paredes blancas o adobes desnudos, techos rojos o
grises, caminos ocres y polvorientos, bordeados de piedra, de palos o de
magueyes. Pueblos tristes, cansados, con un letargo de siglos; pero que hoy,
gracias a las vías de comunicación y al impulso que se le ha dado a la
educación, sacuden su sopor y pugnan por incorporarse a la civilización.
Y ya para llegar, se
presentan profundas cañadas en cuyo fondo serpentea el río, que en su afán de
abrirse paso, golpea aquí contra una roca; allá, contra el tronco de un árbol;
da aquí un ligero salto y se despeña después a considerable altura, y va así
coronándose de blancas espumas. Marcan y vigilan su paso majestuosos
acantilados que toman las más grotescas formas en la imaginación; en sus
paredes han colgado sus nidos las golondrinas y han fabricado sus panales las
abejas.
Y después de llevar por
largo tiempo los ojos prendidos en el paisaje, el devoto advierte que se está
aproximando a Chalma, y el corazón la da vuelcos y una secreta ansiedad le
consume.
El pensamiento de que en
breves momentos estará ante la venerada imagen a la que tantos favores se
atribuyen, lo hace estremecerse de emoción, y no deja de preguntarse
interiormente: ¿Cómo será el Señor?...Y por ser Chalma tan famoso a lo largo de
nuestro suelo, experimenta vivos deseos de conocerlo.
Fuente:
Ayala Q, J. (1968). CAMINO A CHALMA. En CHALMA 1683-1962. México.