Uno de los rasgos característicos
de los seres humanos es la visión que tienen acerca de la muerte. A diferencia
de otros seres, quienes al no tener una capacidad de razonamiento, los seres
humanos le hemos dado cierta importancia a este momento de nuestra existencia. Prácticamente
se podría asegurar que no hay cultura que no cuente con una serie de rituales
propios para la muerte de alguien, y estas costumbres han evolucionado a lo
largo de los siglos.
De nuestros antiguos pueblos
prehispánicos hoy compartimos lo siguiente respecto al pueblo mexica:
Los
mexicas tenían dos formas de tratar a los cadáveres según el tipo de muerte,
uno era la cremación y otro el entierro. Se enterraba a los que morían ahogados,
azotados por un rayo y todos aquellos que eran atacados por enfermedades hídricas
como l gota y el reumatismo […]
Los
favoritos de Tláloc, dios de la lluvia, tenían en el mas allá una vida llena de
tranquilidad y sin trabajos en los jardines de oriente. Las mujeres muertas en
el parto eran divinizadas y enterradas en el patio del templo de las cihuapipiltin.
Los
dignatarios eran sepultados con solemnidad en cámaras subterráneas abovedadas,
el cuerpo era puesto sentado sobre un icpalli, vestido, rodeado de armas y
piedras preciosas. Junto a estos dignatarios se enterraban algunas de sus
esposas y algunos de sus servidores que por propia voluntad querían seguirlo al
más allá.
Al
personaje que iba a ser cremado, se le vestía con hermosos ropajes, se le ataba
con las rodillas dobladas cerca del mentón, manteniéndosele en esta posición
por medio de sogas y a manera de fardo. Más tarde, el cadáver era adornado con
papeles y plumas, en la cara se le colocaba una máscara que podía ser de piedra
esculpida o de mosaico de turquesas. Mientras resonaban los cantos fúnebres, el
cuerpo era consumido por la llamas. La pira funeraria quedaba al cuidado de los
ancianos.
Fuente:
Cortés, Oliver, Rodriguez,
Sierra, Villanueva. (1991) Los días de
Muertos. Una costumbre mexicana. México. GV Editores. Pp. 8, 17.